Portada - Autorretrato póstumo

AUTORRETRATO PÓSTUMO
- Poesía -

Colección Los Raros
SIAL Ediciones
Madrid, 2001

ISBN 13: 978-84-95498-36-6
ISBN 10: 84-95498-36-7

 

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EL LIBRO DEL
ÁNGEL INCONCLUSO

 

 

 

 

 

 



Autorretrato póstumo

Este volumen recoge dos libros nacidos, sin saberlo, para complementerse, pues El Libro del ángel inconcluso reúne brevísimas reflexiones en torno a la conjunción "ni", la cual resume la esencia de la vida de los hombres, que hagan lo que hagan siempre se quedarán a medias. Y el otro libro, Autorretrato Póstumo, es un largo poema inconcluible, testimonial lamento de cuantos buscaron la verdad y ni siquiera la encontraron en la contradicción; testamento tardío de quien perdió, y por ese orden, un hijo, un ojo y el arrojo; de modo que concluye con otra conjunción, la de la desalentada y despectiva pregunta '¿y?' tras el absurdo de toda existencia.


 

Hasta dónde podría hoy llegar
ya no me importa.
Podría llegar, sí, al lugar aquel
donde dan:

 

direcciones que no existen,
por hecho que nadie sobrevive,
las tantas sin que llegue a ti el amor,
o, simplemente, sí

donde dan

 
 

por culo

los sueños que en la juventud
tuvimos vehementes.

 

Y

como estoy poco inspirado y me toca
los cojones escribir un solo verso,
y me toca callarme como un perro
se calla si amanece, y me toca incluso,
sí, me toca la mano de la Muerte
pero no la lotería ni el viaje
a donde sea, por favor CALLENSE todos.

 

 

Pero,

como es pequeño el sueño, me masturbo
apenas con dos dedos, con los mismos
con que cojo el lápiz indeleble
y me eyaculo versos agrios
que no conducen nunca a nada,
aunque tengan los carnés que hiciera falta,
pues no es ése el problema, hay quien insiste:
en su ‘no hay soledad’, me dice,
y yo sé que no, no hay soledad,
la muerte me acompaña -véase
trece versos más arriba o ‘supra’
trece versos, seamos, por fin, profesionales-;
o(h) no, no me acompaña, me rodea,
la muerte me rodea, nos rodea,
me acosa, nos acosa, me posee,
te posee. Me ama hasta el final.
Pero no un final cualquiera, sino el mío,
esperando que otros den
las pautas o por hecho
que nadie sobrevive.

 

 

Porque

¡ay!, ¡morir, tremenda cosa!
Peor vivir con prisa, plazos,
llamadas urgentes de aeropuerto,
postrer convocatoria. Empujan
las horas cual latidos y el furor
conquista a fuego el tacto
que quiere alcanzar todo y sólo
porque agarrar no podrá el alba,
ni el verso o la palabra apenas
que al decir ‘d-e-s-i-e-r-t-o’ diga,
no letras sucesivas, sino arena,
silencio, soledad, sol infinito,
tú buscándote a ti mismo,
estrellas incontables, Principito,
en fin, palabra que desierto sea
al escribir desierto y pueble
de oasis y espejismos el pasillo
de tu casa, de dunas tu bolsillo,
de deslumbre los necios de tus ojos,
de simunes y de mares, rojos,
tu tacto aquel que quiso tocar todo
porque agarrar el alba no podía,
volviendo a empezar donde empezamos
catorce versos supra.

 

 

Y

¡me llaman los amigos, ‘dormir’,
me dicen, ‘duerme; no descansas
y así vas a morirte’. Y tan anchos
se quedan los profetas porque nadie
es profeta, no, en su tierra sino sólo
en los lugares comunes y anodinos.
¡Dormir! Sí, pero ¡quién duerme! o más bien
¡quién no duerme! ¡no hace ya sino morir
a trazos tan precisos como son
las campanadas

 

una

     
   

a

   
     

una

 
       

señalando

la sobria longitud, la del insomnio!
que nos vuelve a llevar, qué tozudez,
diez versos más arriba, a ser profeta
del común lugar de aquel que dijo
que la vida, sí, la vida es sueño.

 

 

Aunque este insomnio

implacable que padezco
si no me mata, al menos
va a acabar con
tanta cucaracha como puebla
mi casa en madrugadas
siempre lentas

...

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