CASA CON JARDÍN
PATERA - TIERRA
- Teatro -
Ed. DosSoles
Madrid, 2007
ISBN 978-84-96606-25-8
DESDE UN BALCÓN CON TIESTOS, SOBRE
UNA “CASA CON JARDÍN”
Algún sabio dijo una vez que vivir es elegir. O tal vez no era
tan sabio porque la posibilidad de escoger conlleva frecuentemente dudas
terribles, produce frustración y suele terminar en añoranzas
sin cuento.
¿De eso va esta obra? ¿De vivir? ¿De tener que elegir?
¿De la duda? ¿De la frustración? ¿De la añoranza?
Un poco al menos hay de todo eso y también de muchas otras cosas.
Es como una suerte de “pentimento” —ya sabes, lector—:
¿Qué hay debajo de una pintura cuando el microscopio o el
tiempo desvelan trazos borrosos de anteriores composiciones? El pintor
puede corregir el lienzo aunque la técnica o el paso de los años
saquen a la luz lo que escondió avergonzado. ¿Qué
pasaría si pudiésemos hacer lo mismo con la vida? ¿Si
la decisión tomada pudiera revocarse? Sí. De esto sí
que va el siguiente texto de mi amigo Alejandre. De esto sí que
va.
Pero ¡ojo, lector! porque hay trampa. Jaime Alejandre toca fondo
en esta pieza de teatro; un fondo resbaladizo, lleno de corales que si
resultan hermosos a la vista, arañan a quien se arriesga entre
ellos. No ofrece seguridad, no permite sosiego. El mismo humor con el
que el texto va dibujando la trama termina por ser eso, un resbaladizo
fondo por el que el lector no camina seguro.
Hablo del buen lector, hablo del director que pretenda montar la obra
en un escenario, hablo de los actores que deseen representarla, del público
que algún día se convierta en espectador.
Si quien tome este texto en sus manos tiene una educación judeocristiana
convencional, tal vez se sienta engañosamente seguro, pensando
que es un terreno que conoce, que le son familiares los guiños;
que, a fin de cuentas, el principio del Génesis es la fábula
de nuestra familia humana más próxima y uno puede sentirse
arropado por algo que “le suena”. Grave equivocación.
Esa seguridad puede sentirse en otras fabulaciones sobre el tema; quizás
en aquel “Diario de Adan y Eva”, de Mark Twain, sobrecogedor
sin duda pero acomodado al fin a cierta lógica burguesa. Esa seguridad
puede tenerse con la divertida historia de Mihura: El amigo de Adán
y Eva; que tal vez por su hechura de disparate deja la risa libre y la
conciencia tranquila.
Otras historias más actuales sobre el mismo asunto, tales como
la emocionante recreación que hizo, también en teatro, Soledad
Serrano pueden, con su sonrisa, su reflexión y su ternura, hacernos
sentir cierta comodidad entre sus páginas. Pero este texto de Alejandre
es escabroso. Quien se mueva por él deberá estar atento
a sus costados, a su espalda, incluso al frente, porque puede asaltarle
desde cualquier renglón un desasosiego, un escalofrío, una
risa que termine en mueca, un susto de peligro cierto.
La doble pirueta final —porque hay doble pirueta—, confirma
esta sensación. No estoy muy seguro de que esa pirueta sea decidida
voluntad del autor o consecuencia más o menos pretendida del territorio
resbaladizo del que hablaba antes y por el que Jaime Alejandre deambula
como Pedro por su casa y nos hace ir a nosotros aún a sabiendas
de que se pierde pie con facilidad. Lo cierto es que resulta un riesgo
de esos con cierto atractivo en el que no importa jugársela aunque
terminaremos todos, él y nosotros, en el mejor de los sentidos,
con la cabeza un tanto descalabrada.
Nada hay más sorprendente, más desestabilizador, más
inquietante que lo que creemos conocer y resulta ser muy distinto de lo
que recordábamos. Desde la segunda o la tercera página uno
está ya al corriente de quiénes son los protagonistas y
qué es lo que está pasando en la historia. Incluso puede
sospecharse algo nada más ver la lista de los personajes que figura
al principio. Por eso, no estoy desvelando al lector que el asesino es
el mayordomo. La intertextualidad —¿se llama así?—
está clara desde el principio. Al autor en el fondo le tiene sin
cuidado.
Cuando inmediatamente se confirma la sospecha del escenario y los protagonistas,
es fácil pensar: “Bien, a ver por dónde me sale Jaime
Alejandre ahora”. Pero ya en el planteamiento inicial ha habido
elementos desestabilizadores: El propio título que menciona la
palabra “casa” dejando el jardín como elemento añadido,
el personaje Creús, presentado como un atípico dueño
convertido en vendedor.
Según avanzan los diálogos crece la incertidumbre, las moléculas
tan aparentemente ordenadas en la archisabida historia —mal conocida
dicho sea de paso—, se gasifican y desordenan, prolifera la entropía.
Poco a poco, entre los agradables toques irónicos y las sorprendentes
referencias, crece el desasosiego. Más aún con el recuerdo
de que bajo el título, el autor nos ha avisado de que se trata
de una “Obra de Teatro en 12 Escenas y 2 Desenlaces” Uno empieza
a sospechar que no puede salir nada tranquilizador de esos “dos
desenlaces”, con que nos la van a jugar al final... ¡Y por
supuesto que nos la juega el autor!
Ya dije al principio que Jaime Alejandre toca fondo en esta obra. Como
casi siempre que escribe, sea relato, poesía o teatro, no se conforma
con ser original, que lo es; no se conforma con sorprender, que sorprende.
Él busca algo más allá, más al fondo, tal
vez con un sentido etiológico, con una curiosidad por lo trascendente
no exenta de sabor a juego. Hace mucho tiempo que sospecho que Alejandre
es un desmitificador buscador de mitos, un místico con trazas de
hereje, un amigable embaucador, un flautista de Hamelin, un encantador
de serpientes... ¡Mira qué bien viene esto a la historia
que vas a leer a continuación, amigo lector! ¡Ojalá
los protagonistas hubieran tenido esa cualidad de llevarse de calle a
las serpientes!
En esta obra, no hace el autor nada más —y nada menos—
que incidir en las múltiples historias que ya los hebreos hicieron
de sus propios mitos y que borraron del “Libro de los libros”
¿Alguien recuerda la historia de Lilith? ¿Alguien ha leído
las apócrifas andanzas de Caín el del cuerno en la frente,
o el cuento maravilloso del divorcio de nuestros (es un decir) primeros
padres?
En fin, lector, déjate embaucar, déjate llevar al huerto...
o a la “Casa con jardín” donde Jaime Alejandre te quiere
llevar. Yo he estado allí y he regresado para decirte que no temas,
las vistas son espléndidas, el aire sano y la compañía
inmejorable. Una pizca de congoja, una sonrisa, un poco de acidez, y,
sobre todo, mucho pensamiento, incluso múltiple en sus caras, como
aquel pintor que pinta un hombre que está pintando un hombre que
pinta... (no sé por qué diablos me tiene que salir ahora
un aire borgiano)
No te importe hacer este viaje. Es como si se fuera uno al Paraíso,
o al menos se asomase a sus tapias. La ocasión lo merece y no hay
peligro. Al guripa angélico de la espada llameante lo ha mandado
Jaime Alejandre al paro.
Lo dicho. Nos vemos en cualquier patio de butacas. O en un escenario si
te va la marcha.
Enrique Gracia
Escritor