Jaime - fotografía de Christian Postigo
© Christian Postigo

DERROTA DE REGRESO
- Poesía -

Ed. Huerga & Fierro, 2005

ISBN 13: 978-84-8374-529-8
ISBN 10: 84-8374-529-1


Portada - Autorretrato póstumo

 

 

 


Derrota de regreso

Supongamos el viaje vital de un hombre. Avanza y avanza descubriendo cosas, paisajes, experiencias, amores y personas. Pero tiene la sensación de no ser consciente de su propia existencia, porque la juventud a menudo ciega. Por eso un día, en plena madurez, el viajero se detiene, da la vuelta y comienza a regresar.

Y es en el viaje de regreso cuando descubre el verdadero valor de lo vivido. Un valor que tiene tal vez su fundamento en la contradicción y en la ambigüedad. Por eso el viaje de regreso juega con el doble sentido de la palabra derrota: rumbo de la nave y vencimiento completo del enemigo.

El libro se cuenta en tres capítulos tal y como sucede. Desde el punto de vista del viajero justo cuando se da la vuelta para comenzar su regreso. La primera parte “De cerca”, en primera persona; la segunda “De lejos” en segunda; y la última “Lontananza” en tercera.

Por ello también la fotografía de la solapa no es el retrato del autor sino de su espalda, la de quien regresa...

 

 

No como el pordiosero
que empuja su carrito
lleno de trapos y cartones,
lleno de envases y juguetes
rotos, porque aún
tiene la esperanza del futuro.
No como ese pordiosero
regreso yo: sin un solo recuerdo,
ni una sola foto o un amor.
Todo eso es peso para el alma
y yo

 

para volar regreso.

Y ni las alas quiero si es que pesan.

 

 

 

 

Como entonces fue la desmesura,


la desmesura es.
Para buscar ayer, para esconderme
en esta noche hoy.
Tanta oscuridad me dolería
si no fuera
porque en desprecio me atalayo,
no para defenderme de vosotros,
ni ya de mí,
del mundo o de sus sueños,
sino apenas sabedor,
tras años de ignorancia,
que si solo se vive
también se muere solo.

 

 

 

Ambigüedad de la derrota
 

Perdí y gané.

Pero lo que gané no me amarró
ni lo que perdí aceleró mi vuelta.
Regresé ya sin hermano y sin asombro;
con el aprendido sabor de la victoria regresé:
pieles en mi piel,
corales en mis ojos,
años que sumar a los años que alcancé.
También dejé mi cera en otras velas
ardidas, desplegadas, plenilunias.

Perdí y gané.
Pero lo que gané no envaneció mis manos
y lo que perdí no amargó mis primaveras.
Regresé, aún llenos los bolsillos,
con los ojos tan repletos
que había cansancio en ellos
y a la vez el antídoto del tedio,
aprendido ya que lo vacío
comprende lo que llena y lo que llena
incluye lo vacío, como blanco
y negro se necesitan para ser
y no habrá luz sin sombra
ni sombra que no cree la luz.

Perdí y gané a quien soy.

 

 

 

 

Ir a ningún lado es garantía

de ligeras jornadas de regreso.
Sólo quien va por ir, sin un destino,
descarga su mochila de los muertos
pesos de los años y las ansias.
Así tú, afán el mismo,
pudiste regresar, feliz como el que parte.

 

 

 

 

La lentitud del que nada espera,

hastiados los ojos de tanto y tanto asombro,
dolor en la piel, tan encendido
que ya ha dejado de quemar cuando aún arde.

 

Ver con otros ojos lo que otros ojos vieron,

hacer el mismo mapa que sólo puede ser distinto
y recorrerlo con iguales pasos y tan propios
que acabarán por ser auténticos, como es real
la noche improbable que ha pasado,
la equívoca jornada que conduce
con la lentitud del que nada espera
a todo lo soñado y lo posible.

 

 

 

 

Creer o no creer no importa para andar.

Tampoco el sol se interroga, y amanece.

 

 

 

¿A dónde regresamos?

Jamás nadie regresa.
Allá donde sea que lleguemos
siempre será bahía nueva.
Nadie vuelve.
Sólo la línea recta existe.

Así no hay que sufrir por lo perdido,
ni envanecerse por lo hallado.
Pues una y otra cosa son
lo mismo que es el alma:
un papel en blanco que arde
y mientras arde, arde.


 

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