MANUAL DE HISTORIA PRESCINDIBLE
- Poesía -

Ed. Huerga & Fierro
Madrid, abril 1998

ISBN 13: 978-84-89858-05-3
ISBN 10: 84-89858-05-5

 

 

 

 

 

 



Manual de historia prescindible

"Durante algún inmonio he sentido deseos de poner las cosas en mi sitio" - nos dice el autor; o sea, ha querido ajustar las cuentas a las enciclopedias y rebelarse contra la grandielocuencia hiriente de los protagonistas poderosos y sus magníficas hazañas, proclamando que en cada uno de nosotros pequeño, irrelevante, ser resume la Historia; en cada uno de nosotros hay un relámpago que nos hará un día imprescindibles, aunque anónimos. Así, este Manual interpreta la Historia, le hace un guiño cómplice, la transfigura a través de una mitología iconoclasta y propia con la que pretende dar verosimilitud, encanto y fantasía a lo que a nosotros llega, de los Anales del Tiempo, desprovisto de milagro.

Y como sólo la heterodoxia deja un poso de paz y de melancolía entre la asolación uniforme de ideólogos fanáticos, es éste un tributo para el héroe y el villano que se esconden, al menos en la hora de la clarividencia, tras nuestra irreparable fugacidad de humanos.

 

Algunas antiguas leyendas hablan de un sabio eremita llamado Ecia. Según la doctrina hayawarbita, este santo varón fue el único superviviente del Gran Diluvio Universal.

Navegaba a la deriva Ecia en una balsa hecha de corcho cuando de la desoladora nada de las aguas asomó un dorado objeto en la más lejana línea del horizonte y oyóse una voz que le llamaba: "¡Ecia, ven a Mí, ven, Ecia!"

La corriente lo arrastró hasta aquel lugar donde encontró sobresaliendo de las aguas una bellísima cruz ortodoxa de oro y de esmalte.

Al atardecer, en uno de los brazos de la cruz se posó una creada paloma. Y Ecia comprendió que Dios había perdonado al mundo. Oró entonces durante siete días con sus siete noches y las aguas comenzaron a retirarse.

Justo bajo su balsa apareció ante sus ojos la ciudad más estremecedora que jamás se había visto. Ecia entonces entró en éxtasis y elevándose a los cielos desapareció.

Por la llamada de Dios aquella ciudad fue bautizada con el nombre de "Ven-Ecia", y en memoria del santo varón desde entonces sus calles son de agua.

 

"No permanezcas sentado en ese cementerio llorando la ida eterna al Paraíso de tu hijo. Ora y hallarás todas las demás cosas que te he dado".

El Profeta -Dios lo bendiga y salve- oyó desconsolado y frío las palabras que de Dios -ensalzado sea- manaban tras la aleya que dice: "En el nombre de Dios -ensalzado sea- obtendrás el perdón y la misericordia". Pero miró a la tierra, aún tierna y tibia por el corazón de niño que la acababa de abonar, e incapaz de alzar sus ojos al cielo lloró la pérdida de su hijo jurándose no amar jamás a un Dios que le había otorgado toda la abundancia y le negaba el único tesoro de sus manos.

Muchos años después, en el lugar donde el blanco féretro del hijo del Profeta fue enterrado, nació un árbol único en el mundo al que llamaron Al Abad, la eternidad, y que al llegar la primavera, en vez de hojas verdes, retoñaba lágrimas de ámbar.

 

Rubén Darío escribió en su "La Resurrección de la Rosa" que un hombre tenía una rosa; una rosa que le había brotado en el corazón. Un día, el Angel Azrael pasó por la casa del hombre feliz y fijó sus pupilas en la flor. La pobrecita tembló, y comenzó a palidecer y estar triste, porque el Angel Azrael es el pálido e implacable mensajero de la muerte. La flor desfalleciente, ya casi sin aliento y sin vida, llenó de angustia al hombre que en ella cifraba su dicha. Por ello se volvió el hombre hacia Dios y le dijo:

- Señor, ¿por qué mandas a Azrael para quitarme la flor que me diste?, brillando en sus ojos una lágrima.

Se conmovió Dios, dice Rubén, por virtud de la lágrima fraterna y le dijo al Angel de la Muerte:

- Azrael, deja vivir esa rosa. Toma, si quieres, cualquiera de las de mi jardín azul.

Continúa Rubén diciendo que la rosa recobró el encanto de la vida pero que esa noche un astrónomo vio desde su observatorio que se apagaba una estrella en el firmamento.
Sin embargo, es otra la verdad de esta leyenda, fue otra la respuesta que Dios diera al hombre feliz que tenía una rosa que le había brotado en el corazón, una rosa que había palidecido cuando el Angel Azrael la miró dejándola casi sin vida y sin aliento.

- Señor, dijo aquel hombre, ¿por qué mandas venir a Azrael para llevarse la rosa que me diste? -brillando en sus ojos una lágrima.

Se conmovió Dios, pero no pudo sino decirle: "sosiega, hijo mío, tu inquietud, reposa tu cansancio al fin, pues no he mandado al Angel Azrael venir a por tu flor. No es ese el motivo de la tristeza de la rosa. Prepara tu camino, Azrael viene a por ti".

 


(A Juan José Arreola)

En el vientre de la ballena, Jonás encuentra a un desconocido y le pregunta:

- Perdone usted, ¿por dónde está la salida?

- Eso depende... ¿A dónde va usted? ¿Qué es lo que busca?

Jonás apenas dudó un instante:

- ¡La Verdad -le dijo-, busco La Verdad! -henchido del orgullo necio con que algunos hombres pretenden hacernos creer que son los elegidos de algún dios.

Aquel desconocido dirigió entonces su voz profunda en la oscuridad del vientre de la ballena a donde seguramente estaban Jonás y su soberbia:

- En ese caso ha de seguir usted hacia allá abajo -le dijo, dejando que Jonás condujera sus pérfidos pasos hacia la cola de la ballena de donde no salió jamás y donde nunca halló otra verdad que la única asequible a los humanos. Allí, en la horrorosa oscuridad eterna de la muerte, halló la desesperación.

Pero no seáis como Jonás -dicen los Sabios Melancólicos-, pues si os habéis emocionado por su horrendo final no os habéis dado cuenta entonces de que peor que saber la larga agonía del soberbio es que nunca jamás sabréis a dónde iba y qué buscaba aquel desconocido que Jonás encontró en el vientre de una ballena que navegaba hacia Barahnâkâr, que era un puerto una vez que había en una de las islas Andamán.

subir