Vértigo cotidiano

VÉRTIGO COTIDIANO (1979-1981)
- Poesía -

Ed. Polibea, El levitador, 2013

Ilustraciones de Marta Muñoz Cuesta

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Vértigo cotidiano (1979-1981)

Nunca tocó el piano en ningún garito de San Sebastián. Alejandre. Ni fumaba rubio americano mientras interpretaba con esa distinguida negligencia de quien domina la técnica musical. Él, el Capitán. Arrastraba la anatomía de un modo elegante. Cualquier erudito de bar apostaría el trago y la vida a que un ejemplar como aquel lo mismo escondía un poemario de amor que una Smith & Wesson bajo la chaqueta. Cualquier profesional de la noche, la ginebra, hubiera jurado que tras aquel tipo espigado se ocultaba un rutilante músico de jazz, un contrabandista del teclado capaz de extraviarte el alma con un par de acordes. Pero quien así pensaba equivocaba el oficio de aquel ser. La vocación no. Largos dedos vivaces los de Alejandre. Largos huesos de solista flotando siempre a la deriva de una balada melancólica. “Llevaba una camisa oscura y una corbata negra, y el tiempo había añadido a su rostro una sumaria dignidad vertical” (Lisboa y el invierno, de nuevo). Nunca tocó el piano en ningún local. Aunque siempre anduvo subido magistral a un escenario. Sin imposiciones, todos sus colaterales terminamos llamándole Capitán. Hablamos del oficial de una banda de artificieros literarios, insana compañía ineludible. Transcrito en sus cartas de navegación: la vida es un escollo a la deriva y el mundo siempre ostenta invariable sus dos caras. Comparte con Yupanqui que la deidad por aquí no pasó. Y de su foto de pasaporte se desprende que es un rebelde corsario, un náufrago vulnerable, un lobo solitario, Amigo Generoso, rictus de infatigable perdedor. (Rafael Borge)

 

 

 

Odio a las parejas que se besan en la calle,
Odio a los que sonríen y a los que son felices,
Odio a los alacranes que cargan a la espalda su destino,
Odio a los cartílagos que se creen primavera,
Odio a los que tienen suerte y a la fama.

Pero a todos amo porque todo, sí, perece.

Amo a las parejas que se besan,
porque un día besarán tan sólo tierra.
Amo a los que sonríen y son felices,
pues sé que sonríen porque vi llorar.
Amo a los alacranes, que no son capaces
de morir su destino y son cobardes.
Amo a los cartílagos, porque un día,
endurecida su culpa y su lactato,
icono serán de las fragilidades.
Amo a los que tienen suerte y fama,
porque nunca sabrán
si son amados con certeza.

Es mi venganza.

Jaime Alejandre

Jaime Alejandre

 

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