El alfabeto matemático

Entonces, con una delicadeza muy parecida al hielo que se hunde y flota, me interrumpió:

— Jaime, pero si tú eres tan joven aún que no tienes biografía sino porvenir. Mira, hay muchos tipos de personas, pero en el fondo sólo hay uno que importe, tú mismo. Yo te miro a los ojos y me parecen tan inmensos y pacíficos que me entran ganas de tirarme de cabeza y hacerme no menos de seis largos en tus pupilas. Eso es lo que cuenta, porque en otros se vislumbra un prematuro hastío, el cáncer del cansancio, así que se han convertido en tipos que ya no pueden describir lo que vieron, lo que oyeron, de lo que fueron testigos porque, entrados en la madrugada con la sola compañía de un gintonic, olvidan todo siempre y a propósito porque sólo así pueden regresar a los lugares de siempre donde lo único que buscan ya no es ni a sí mismos, ni a un amor, sino apenas una buena frase. Uno de esos soy yo, pero ese viaje no merece la pena, te lo aseguro, porque a esos argonautas hay algo que tal vez nos une y es la búsqueda: de la ternura unos, de un distinto Dios otros, del amor redentor algunos más. Sí, al fin y al cabo, todos buscamos. Unos con la mirada perdida, con una violencia desorbitada otros.No los menos lo hacen sacándose los ojos. Y suplicando un perdón inexplicable tantos… Pero el rasgo común de la búsqueda humana es que conocer es engañar. Si alguien se acerca a ti y comienza a hablarte será siempre con falsía. Nadie es quien es, Jaime. Ni siquiera quien cree ser. Ni siquiera quien quisiera ser. Uno sólo es lo que otros dicen que es, porque existimos a través de los ojos del extraño o a solas. Sí, en soledad sí somos nosotros, pero si empezamos una conversación para conocer a un ajeno, entonces se acabó, terminan el hombre o la mujer para dejar paso a los actores. Y abierto el telón desaparece el paisaje, comenzado el guión se extingue la verdad. Donde hace un instante había vida, todo se vuelve artificio y ficción. Se pone el sol, salen los focos. Dejamos de decir lo que queremos para seguir el dictado de algún apuntador. Y entonces ya no somos sino sombras. Sombras...

— Sí, Flavio, sombras, pero, ¿a qué más podemos aspirar!

— Ya, Jaime, si lo malo no está en ser o no ser sombras, sino en el hecho de ser para no ser y sufrir el intervalo. Quiero decir que hay un cierto empeño 'hijodeeso' en muchas cosas por que me entere de una vez de que me estoy haciendo viejo. Que ahora me dé por llorar escuchando a Chet Baker o que me hayan salido canas antes que reseñas de mis libros no son las más baladíes. Pero tal vez peor sea que ya sólo me resigno a repetir una cosa en mi vida, la aspirina. Porque igual que uno descubre el meticuloso paso de las horas dejando su huella de arma química en la piel, uno cae en la cuenta y la cuneta de que diez gintonics no me marean ya más de lo que lo haría un paseo en barca con calma chicha por uno cualquiera de estos canales moribundos. Y cuando se ha llegado a un puerto como ése, Jaime, la cosa sólo puede significar que me he hecho viejo, vaya, porque en la caja negra de mi cuerpo por fin no hay vísceras, ni siquiera destilerías, hay incomprensión. La misma que va y me deja varado camino del trabajo cuando dos adolescentes se besan en la boca tan de madrugada que dan ganas de arrojar. Y yo atónito, porque esta vejez de la que te hablo no es sino la aceptación de la mediocridad, o sea un verso malo para decir 'conocerse a sí mismo'. Aunque en esto de aprehenderme me ocurre como hace un par de noches con una jovencísima mujer, cuando de repente era demasiado tarde para decidir a dónde íbamos y demasiado pronto para marcharnos. Y sólo porque ya no cumpliré 22, esa edad en la que no tienes conversación, tan sólo hormonas. No, con 47 tacos a la espalda me da de sí para hablarle a cualquiera como tú cuatro días seguidos de cuanto no hice y apenas dos minutos de lo que recuerdo haber hecho. Pero lo peor es que, con toda esa sabiduría de añejado y rancio, lo que no supe es qué responderle a esa belleza cuando me pregunto '¿qué tomas?' Porque yo le habría dicho que un doble de viagra, pero hice como que no estaba amaneciendo y seguí con mi rollo diciéndole: 'Chica, yo he viajado tanto que ya no sé si el horizonte es lo que va delante o lo que queda detrás'. Pero ati, Jaime, puedo decirte que lo que he aprendido es que regresar es claudicar. Da satisfacción, pero la de los mediocres, que es la del agua tibia, los niños bienviniéndote y la tele en camisón. Porque no nos engañemos, si no fuera un cobarde sería nómada, pero con un contrato indefinido y una buena indeminización en caso de despido...

— Flavio, me recuerdas a Héctor, sabes, aquel triste guerrero griego que buscaba siempre la derrota para no tener que afrontar su cobardía... claro que eran otros tiempos

— ¡Bah!, ¡eran otros tiempos!... siempre son otros tiempos, Jaime, qué coño, así es la vida! Lo que de verdad importa hoy es que a mí no me gusta mi vida, solamente me entretiene...

La madrugada dejaba caer su último escalofrío, ése que estremece como un cáncer de corazón. Pude haber interrumpido su monólogo invitándole a la copa final que sabe a olvido y despedida, pero dejé que se desangrara cuidándome sólo de que el goteo espeso de su pena no salpicara mis zapatos de ante.

— No, Jaime, no me gusta. Acabo de darme cuenta de lo que me he dejado atrás… ¡sin probarlo! Y por eso siento que todo es demasiado tarde ya. Podía ser bonito, enternecedor, sorprendente o esperanzador, pero no, es sólo 'tarde'. Y los años de desilusión me han enseñado que la vida es como abrir la ventana y sacar la lengua: no sabe a nada. Por eso ya no puedo rebelarme. Tal vez haya un modo de ser sencillamente pleno, pero no uno de volver a lo que perdimos, porque nadie puede desasirse de su propia edad. Y, por mucho que la edad sólo sea un convencionalismo banal, duele lo suyo, lo tuyo, lo nuestro y lo de todos y no nos deja respirar a pleno cuerpo sin tomar otro aire que el del tufillo viciado del sarcófago. Y yo ya sólo aspiro a una insignificante gesta anónima: crear el Alfabeto Matemático. Y morir.

Quise inetrrumpirle con una estúpida pregunta, pero ahí Flavio cogió velocidad, la de un suicida en pleno desplome y sin paracaídas.

— ¿Sabes?, Jaime, yo tengo por amigos más camareros que catedráticos. Será por eso que en vez de vivir bebí. Me he ido desplazando hacia la noche sin sentirlo y en ella he hallado lo que todos buscan sin fortuna: el reflejo de mí mismo. La opacidad oscura de la noche me ha devuelto mi imagen. No me ha costado demasiado reconocerme y me produce un espanto razonable, nada parecido a ver el retrato de Dorian Gray de golpe y porrazo, sino algo más bien como un ‘déjà vu’. Así he aprendido el sabor de mi propia piel, que tiene ya el regusto de amargor de los gintonics. Tantos se apilan en mis tripas que si lloro puedo recoger todas las lágrimas, ponerles mucho hielo, una corteza de limón, y ahorrarme la guita de otra copa. Menos mal que mi necedad no ha llegado a convertirme en uno de los que creen que el alcohol sirve para abrir el corazón de los amigos. No, ya sé que en la ginebra apenas alcanzaré a encontrar la soledad o ese abotargamiento que cancela los sentidos para no comprender nada...

— Bueno, yo creo que el hábito de los gintonics sí puede valer para algo más, para ponerle al tiempo un ritmo diferente, por ejemplo: más rápido unas noches, más pausado en otras madrugadas. Incluso llega el día que en la destreza suprema del alcohol se aprende a detener el tiempo. Unas veces en el preciso bemol o el sostenido del aria que te estremece. O en el instante en que otros ojos se posan por vez primera en los tuyos. O también en esa infinitud del segundo en el que aciertas, querido Flavio, con que nada jamás tiene remedio...

— Y menos que nada tú mismo y tu corazón, podrido desde el día que naces y conservado en el formol de una coctelera sólo para que no apeste…

Por fin calló, porque poco más podía decirse, y yo, a través de los vapores del bar, miré al otro lado del mostrador. Allí estaba mi imagen diciéndome inmisericorde que no era, no podía, ser otro. Que era yo mismo y que nada tendría remedio. Porque uno nunca llega a cifrar su Alfabeto Matemático ni a entender siquiera su significado. El tiempo pasa sin remedio. Y al final siempre se está solo.

 

1ª parte

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